sábado, 17 de octubre de 2009

Noche de paz

El vapor de un café caliente se hace notar frente una noche fría y de soledad. Un cigarrillo, cada calada manifiesta un sonido cálido, amistoso, el mismo que la leña quemada al friolento y desarropado transhumante. El polvillo de una cocina sin lavar por años, se va derritiendo, mientras salen llamas de las estufas. El color amarillo se vuelve un rojo oscuro. Si los rubís se derritieran, ese sería el color. Ese rojo hermoso de vida llega a su cénit para luego hacerse oscuro, para tiznar todo aquello que toque en su recorrido semivertical y semihorizontal. ¡Que suene la música! se escucha desde los adentros de aquel laberinto. Una exclamación desesperada, sin norte, pero con mucho apremio. Y se escucha:

Una aurora de dignidad emanaban todos y cada uno. La tolerancia y el respeto fueron una ley natural que jamás se vio perturbada. Luego llegó lo esperado, la solidaridad, ese bello espectro que solo se manifiesta cuando se conjuran los elementos humanos y milenarios. Circularon unos pocillos con café suave y dulce. Todos bebieron de su seno. Todos recibieron la santidad de la tierra. Luego llegó una arepa amarilla, tostada, con mantequilla y sal, era deliciosa. Nadie se quedó sin morderla y sin hacerla descender por sus túneles hasta convertirla en energía. De allí salieron nuevos seres, diferentes, despojados de todos esos fardos inútiles y destructivos que la sociedad católica, hipócrita y frívola les amarró a los pobres niños en su morral cuando iban a la escuela.

martes, 13 de octubre de 2009

Tenía una lengua ponzoñosa.



Aún se desconoce el paradero de la peligrosa portadora del veneno. La policía investiga sobre sus hábitos y sobre su modus operandi, con el fin de detener la terrible carrera criminal que viene causando estragos en la ciudad de Pereira. Quienes tuvieron la oportunidad de verla en persona e incluso tenerla cerca, se precian de estar vivos, y de salir ilesos de tan espeluznante presencia.
Eran las nueve de la noche, cuando Carlos Tango departía unas cervezas en un antro céntrico. Sus comensales empezaron a sufrir graves síntomas de intoxicación. De inmediato, les hicieron beber agua y humedecieron sus orejas, ya que estaban tan rojas, que muchos aseguran que estaban a punto de derretirse del calor. Los habitantes del sector, los dueños del chochál y los borrachines no se explican en qué momento los tres acompañantes del señor Tango fueron víctimas de la ponzoña asesina. Primero fueron unos rumores, luego unas calumnias amenazantes, por último aparecieron los cuerpos de una mujer y dos hombres, en la acera y con la conciencia perdida dentro de los brebajes del veneno.
Se ignora los componentes y la efectividad del mismo, por lo pronto las autoridades investigan y la ciudadanía se encuentra conmocionada con las imágenes de los tres agonizantes, temblando y sufriendo toda clase de espasmos en la sala de cuidados intensivos del Hospital San Jorge.

martes, 6 de octubre de 2009

Tormenta.

Por la inclemencia del clima, viose desplazado del lugar donde había comido, reído, llorado y pernoctado. Joven aún y con la mente positiva, no tuvo dificultades en hacerse con un lugar igual de confortable. Este individuo de apariencia afable y graciosa, debía terminar un trabajo en el complejo industrial que alguna vez fue. Hoy, una ciudad empobrecida, desempleada y problemática. Desde el andén o desde las mesas rústicas de aquel bar en el centro de la ciudad, se contemplaban mojigatas. Pensaba con esperanza en aquellas letras de un cantante neoyorquino, “nena soy un hombre de New York”. Para que tantos rodeos, prevenciones y represiones. Pero el nada tenía que ver con las alejadas tierras del norte, hacia parte del sur, del trópico, de Colombia. Y resignado, sin el don y sin el talento, doblaba su codo para que la cerveza corriera por su garganta. Una mañana, emergió con el semblante deformado, hubo de usar su medicina para amortiguar el malestar. Los días anteriores trabajó por las mañanas en unos espacios reducidos, calurosos y monótonos, soportando la rutina y el tedio de un territorio lento, con pocas opciones, gentes sencillas y un sentimiento, una sensación de no encontrar lo que buscaba. Siempre lo acompañaba la frustración, no sentirse satisfecho, llegar para luego ser conciente que el sitio que de lejos veía tan atractivo, de cerca era terrible. El espejismo terrible de la existencia. Aquella noche rechazado, se dirigió a su cama. Lo descubrieron al otro día cagando, no precisamente. Condenado a la fuga, ilíquido y esperando su paga, fió dos cigarrillos, los fumó saboriando cada calada, sientiendo la nicotina por todo su cuerpo, por las venas, como llegaba al corazón, alimentandolo. Sin tiempo para remordimientos, para recriminaciones, para quejidos, diseño un plan de pocos pasos. Y dejando parte de su corazón depositado donde vivió con sus seres amados, emprendió el viaje a una tierra calurosa, rodeada por verde, emboscada por los ranchos de las barriadas. Llegó a una gran estructura de cemento, donde gravitaban pequeñas naves amarillas y un largo gusano verde. Desde los adentros de aquel frío lugar, donde el frenesí del afán marcaba el ritmo, miró hacia arriba, hacia su horizonte, sabiendo lo que venía. Abordó el vehiculo, se sentó y sonrió.