martes, 28 de julio de 2009

La maldición.

En la oscuridad escribo, entre sombras y silencios porque de este
hábito me han despojado, he sido proscrito y mi musa negada.

Ni cadenas, seguros y candados media la injusta opresión,
de unas viejas cavernas, hechas de mármol, achaques y resabios, que
su placer encuentran, extasiados, cuando secuestran el camino de
los nuevo vientos, humos y brisas, desviándolos y obligándome
a surcar las viles, negras y seculares aguas de la tradicional y podrida
moral de viejos hipócritas y santos curas aberrados.

Ni las amenazas de la penitencia o la hoguera detienen mi locura,
ni intimidan mi libertario espíritu, imbuido de desilusionada esperanza.
Cuando el papel, la tinta y la mano se conjuran para plasmar poesía
el delirio entra en escena, decidido y tirano, reclamando mi mente,
tomando posesión como amo y señor de mis raudos impulsos.

Dulce maldición, que me sustrae de los absurdos humanos y
del frío casillero que me encierra y me perturba,
disolviendo las paredes que limitan mi febril pasión.

Así vivo yo, saltando obstáculos, evitando trampas y desconfiando.
Mintiendo y ocultando una prohibida costumbre, como un
ser triste y vagabundo, que oculta su crimen o pecado hereje,
eludiendo por momentos la implacable inquisición.

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