martes, 6 de octubre de 2009

Tormenta.

Por la inclemencia del clima, viose desplazado del lugar donde había comido, reído, llorado y pernoctado. Joven aún y con la mente positiva, no tuvo dificultades en hacerse con un lugar igual de confortable. Este individuo de apariencia afable y graciosa, debía terminar un trabajo en el complejo industrial que alguna vez fue. Hoy, una ciudad empobrecida, desempleada y problemática. Desde el andén o desde las mesas rústicas de aquel bar en el centro de la ciudad, se contemplaban mojigatas. Pensaba con esperanza en aquellas letras de un cantante neoyorquino, “nena soy un hombre de New York”. Para que tantos rodeos, prevenciones y represiones. Pero el nada tenía que ver con las alejadas tierras del norte, hacia parte del sur, del trópico, de Colombia. Y resignado, sin el don y sin el talento, doblaba su codo para que la cerveza corriera por su garganta. Una mañana, emergió con el semblante deformado, hubo de usar su medicina para amortiguar el malestar. Los días anteriores trabajó por las mañanas en unos espacios reducidos, calurosos y monótonos, soportando la rutina y el tedio de un territorio lento, con pocas opciones, gentes sencillas y un sentimiento, una sensación de no encontrar lo que buscaba. Siempre lo acompañaba la frustración, no sentirse satisfecho, llegar para luego ser conciente que el sitio que de lejos veía tan atractivo, de cerca era terrible. El espejismo terrible de la existencia. Aquella noche rechazado, se dirigió a su cama. Lo descubrieron al otro día cagando, no precisamente. Condenado a la fuga, ilíquido y esperando su paga, fió dos cigarrillos, los fumó saboriando cada calada, sientiendo la nicotina por todo su cuerpo, por las venas, como llegaba al corazón, alimentandolo. Sin tiempo para remordimientos, para recriminaciones, para quejidos, diseño un plan de pocos pasos. Y dejando parte de su corazón depositado donde vivió con sus seres amados, emprendió el viaje a una tierra calurosa, rodeada por verde, emboscada por los ranchos de las barriadas. Llegó a una gran estructura de cemento, donde gravitaban pequeñas naves amarillas y un largo gusano verde. Desde los adentros de aquel frío lugar, donde el frenesí del afán marcaba el ritmo, miró hacia arriba, hacia su horizonte, sabiendo lo que venía. Abordó el vehiculo, se sentó y sonrió.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parcerito, una chimba todo lo que escribe, me gusta mucho leerlo pai, se cuida

Delirio dijo...

Parce yo le comente que quería escribir algo en tercera persona. Por la presión de tener el blog desactualizado subí este, no se que calidad tenga.
Estoy en deuda de hacer uno más elaborado.
Muchas gracias por comentar men, eso me anima mucho.