martes, 29 de septiembre de 2009

Llegua.

“Hola mujer ¿Cómo estás? Ayer estabas más voluptuosa. Ahora estas menuda” Ella no responde, siempre taciturna, esperando que yo la posea. Esa mañana me levanté débil, tosía y mis dedos se resentían al rascar mi cabeza. Abrí las cortinas de un amplio ventanal que da a la calle, a la avenida, a la ciudad. Esperaba recibir un golpe luminoso. Mis manos tiran a la derecha poco a poco, entrecierro los ojos para amortiguar el contacto. No encontré más que una bella penumbra en el panorama. Arboles inmóviles, ramas y matas quietas, al final, por fuera de una alambrada, una carretera. Pasaban algunos autos y camiones. El cielo se pintaba como un gran poso oscuro, helado por el olvido, el olvido de ser intransitable, intocable, solo profanado por las miradas de los hombres. El firmamento sufre un gran embate, el inmenso astro irrumpe destruyendo todos los glaciales allí postrados, liberando rayos de calor y luz que lo hacen arder. Al poco tiempo no quedan sino cenizas y humo, que no tienen más que vagar y transitar eternamente. Se forman figuras y formas del polvo de lo que fueron y lo que no serán. El alba se dibujó sobre mi frente y como una idea nebulosa vino a mi mente el deseo que día tras día me susurra. Un beso de aquella mujer, la impronunciable, la proscrita. Un instante de energía vital. Un momento que detiene el tiempo, que me ennegrece el cuerpo y que aclara mi alma. Salgo de mi casa, el frio entra por todas mis falencias, por las mangas, por el cuello de la camiseta, por las medias, por mis orejas, nariz y boca para alojarse en mi pecho como una onda tristeza. Allí está, inexpresiva, me espera. Yo me dirijo a ella altivo y seguro. El sudor frio se escurre por mis mejillas formando un rio, un rio de emociones, un escalofrío macabro y divino. La caliento, la acaricio, le transmito mi cariño, mi respeto. Sabe que algo de esperanza hay en mi mirada indiferente y apartada. Gotas caen y humedecen mi tela, no lo impido, no me seco, estoy decidido. La beso una vez, es fugaz. Se curten mis entrañas. Mis ojos se colorean. Intento de nuevo, esta vez saboreo el contacto, me gusta. Mi intensión es fuego. Le pido un gran beso, ella me brinda un balazo, directo a la sien. Fluye por mi carne. Es una fémina asesina. Me brinda su cuerpo sumisa, su química desnuda. Veo apaciguado como se va, como es historia, como es nostalgia. Tan efímera, tan impresionante, tan azarosa, nunca se aparta de su destino heroico, morir por mí, vivir para besarme. Para matarme. “Adiós hechicera, vete para no regresar. Te imploro que vengas en tu nube de polvo y me partas en éxtasis con tu dulce hacha” Ella no responde, solo se va, se va por mis poros, por mis ideas, por todos mis túneles y laberintos, solo se va.

2 comentarios:

(-_-) dijo...

Ahora que lo leo con detenimiento, coincido con ud, en que este es el mejor de todos, un abrazo parcero!

Mauricio Vargas dijo...

Gracias camarada, yo sabia que me apoyaría en esta miserable causa.